Mi amigo…

copia-de-dsc06146.jpgMi amigo está molesto con un nicaragüense que considera un liso. Le ayudó con trabajo a su llegada en oficios de obreros, le presentó a algunas mujeres, entre ellas a su cuñada, le invitó «Bayer» para que se relajara y olvidara a Ortega y su desgracia en Nicaragua. Mi amigo quería al Nica y soy testigo de ello. En alguna medida no era nada nuevo. Sus vecinos eran venezolanos, colombianos, panameños, todos conviviendo en una comunidad de pescadores que visito y donde me siento a gusto. Todo cambió cuando el nicaragüense consiguió un mejor trabajo que mi amigo, cuando se hizo pareja de su cuñada, y cuando mi amigo término igual que él en asuntos de ingresos. En la pobreza no hay mayor desigualdad. Desde entonces todo empeoró. La situación familiar de mi amigo se afectó y ahora no puede visitar a la hermana de su esposa; en días pasados entre varios golpearon al nicaragüense que consideran una peste. En fin, el odio se fue acumulando y hace unos días que lo visité para saludarlo me dijo que tenía una varilla en el patio por si se asomaba el Nica. Cada vez que escucho a Zulay pienso en mi amigo de Samaria que terminó odiando a su vecino. Cada vez que escucho a Zulay creo que nos adelanta en su discusión. Y que mientras nosotros nos burlamos de su xenofobia —y la de los panameños de todas las clases— la situación en casa de mi amigo se agrava. Y sucede, además, que a mi amigo le tomó casi 40 años ser pobre, y tener para pagar un cuarto de 60 dólares con su esposa y su hijo más pequeño, y que al nicaragüense le tomó unos meses alcanzarlo. Parece una nimiedad, pero tenemos un problema de clases hasta en lo más bajo de los ingresos que cualquier equiparación suena a abuso. Tal vez es conveniente dejar de mirar a Zulay y su odio populista y macabro, y deberíamos mirar nuestro tejido social que aún considera una ventaja tener diez dólares más que el otro y que piensa con vehemencia que se ha sacado la madre toda la vida para ser más pobre que el que llega de afuera. Tal vez es conveniente aceptar que nuestros odios infundados tienen sentido y que este país solo piensa en aquellos que pueden ser sarcásticos. Mientras esto llegue, que a lo mejor no llegue nunca, las cosas en casa de mi amigo se agravarán y ni Zulay, y nadie de nosotros hará nada, y cómo suele suceder, se aferrara a su nacionalidad —y sus imaginarias ventajas— y bajo esa misma patria le hará daño a su otro vecino pobre.